El sacerdote, párroco en Alfafar, salvó a 70 personas al abrir las puertas de la parroquia de Alfafar en plena riada. Rompió en llanto al ver que no había podido salvar el Sagrario, pero un psicólogo le dio la clave de aquel momento: «Cristo ha muerto para salvar a las gentes de la parroquia».
Le conocí hace ahora justo un año. Una amiga común nos puso en contacto, y me invitó a su espacio de entrevistas en Instagram. Desde el primer momento me cautivó su sonrisa, su cercanía y su afabilidad. Tenía algo que llenaba. Y mucho.
El día después del desastre de la Dana, caí en la cuenta de que él era de aquella zona de Valencia, pero no imaginaba que estaba justo en el epicentro. Salvador Aguado es el párroco de la parroquia de Santa Fe, de Alfafar. @mossenvoro es como se le conoce en Internet. Y, como él mismo ha señalado en sus redes, está vivo «por poco».
Desde entonces, he podido saber de él por terceros … Hasta ayer. Se conectó, milagrosamente, e intercambiamos alguna palabra por WhatsApp. Pocas. La línea no da para mucho más. Por mensajes de audio, me cuenta lo agotado que está. Lleva desde el miércoles sin parar de limpiar barro. Y el agotamiento no es solo físico, sino también mental. «Esto está siendo muy duro», me dice. El tono de su voz, desde luego, así lo refleja.
Cuando le pides que te relate aquellas horas infernales del martes, lo hace con todo lujo de detalles, como si lo reviviera una y otra vez en su cabeza. Aquella tarde, decidió mantener la Eucaristía porque, aunque había alerta, «en Alfafar no llovía nada». «Hacía, eso sí, un aire muy fuerte, muy bestia. Si hubiera llovido, la habría cancelado», añade. Cuando estaba terminando la celebración, alguien le dice que estaban subiendo los coches a la plaza que hay delante de la iglesia, una plaza peatonal muy grande, con bancos y espacio para jugar los niños, y que está un tanto elevada. «Pensé que sería alguna manifestación o alguna cosa rara». Sin embargo, al terminar la Misa, ya en la sacristía, un feligrés le advierte de «que viene agua». «Entonces, les dije que todos quietos, que no se les ocurriera moverse. Menos mal, porque ahí fue cuando se desató todo lo malo». En apenas cinco minutos estaba ya entrando el agua en la parroquia. Y Salvador y los 25 fieles que habían compartido con él la Misa subieron raudos al tejado.
Un rescate in extremis
«Fue un poco shock, porque aunque dijeran que viene agua, no nos esperábamos esta marea de casi dos metros dentro de la iglesia», confiesa sobre cómo vivió aquellos primeros momentos. Agolpados en la pequeña terraza del tejado, miraban atónitos hacia la calle. «La gente había subido sus coches a la plaza para intentar salvarlos. Cuando subió el nivel del agua, empezaron a flotar». Entonces, Salvador tomó una decisión que, ahora sabemos, ha permitido salvar muchas vidas: «A uno que tenía más a mano le dije que corriera la voz de que en cinco minutos bajaba y les abría la puerta para que dejaran los coches y pudieran entrar». Junto con un par de personas más de la parroquia, dejaron su seguro refugio del tejado y bajaron de nuevo a la iglesia. Apenas habían pasado diez minutos desde que se había desatado todo, pero el agua les llegaba ya a la cintura dentro del templo. «Lo recuerdo perfectamente, porque tuve que ir primero a la sacristía a por las llaves de la parroquia, que me las había dejado encima de un mueble. No cogí nada más, no pensé en coger nada más, ni mi iPad, que lo tenía allí, ni nada. Solo pensaba en la llave y en abrir la puerta».
Pudieron abrir finalmente las puertas de la iglesia, y entró mucha más agua… Y 70 personas más. Todos pudieron felizmente subir de nuevo al tejado. Se habían salvado. En total, entre los que ya estaban y los que acababan de entrar, un centenar de personas estaban en la parte más alta del templo, en aquella terraza, viendo y viviendo atónitos el desastre. Pasaron después a un cuartito que llaman «el coro», pero que usan de trastero. Y allí permanecieron toda la noche.
Las horas pasaban, y el miedo era palpable. Solo la oración sirvió de bálsamo en muchos momentos. «Estuvimos mucho rato rezando. Había gente que había entrado un poco en pánico y eso la tranquilizó también mucho. Yo iba saliendo un poco del cuarto para ver cómo iba la situación, para tranquilizarme yo y tranquilizar a la gente. Pero el agua no paraba de subir… Aun así, lo que siempre intentamos era estar ahí, cuidando a la gente».
Llegó el amanecer del miércoles, y bajaron del refugio. Pero para Salvador solo había un objetivo. «Nada más pasar la riada, cuando se hace de día, mi primera obsesión es buscar el Sagrario. Tuve que reventar la puerta porque no podía encontrar la llave. Y al abrirlo me puse a llorar porque estaban todas las formas diluidas en agua, todo mojado». Sin embargo, lo que para él fue tan doloroso en un principio, finalmente se convirtió en un momento de paz, gracias a su psicólogo. «Desde la COVID-19 estoy en manos de un profesional, que gracias a Dios pudo llegar hasta aquí. Y cuando le conté lo mal que me sentía por no haber podido salvar el Sagrario, me dijo que, una vez más, el Señor da su vida por nosotros. Que Él murió ahogado esa noche en el Sagrario para poder salvarnos a nosotros, a la gente de la parroquia. A mí esa imagen me da mucha paz».
El psicólogo de Salvador ha sido clave también estos días en la parroquia. «Le pedí que viniera, no solo por mí, sino por la gente de la parroquia. Y me prometió que haría lo posible por llegar. Y llegó, por providencia divina, porque había muchos controles. Estuvo hablando mucho con la gente, sobre todo con los que hemos estado en la zona cero, viviendo la tragedia en directo».
La parroquia ha quedado arrasada. Dos metros fue la altura que alcanzó el agua. «Todo comenzó a flotar: los bancos, el Sagrario, los muebles … Todo menos el Cristo, que estaba muy alto, y el altar de piedra, que está anclado al suelo. Se ha perdido todo, ropa litúrgica, todos los enseres de la parroquia … Todo».
Una sonrisa en medio del drama
Pese al drama que relata, el cansancio moral y físico que traslucen sus palabras, las primeras imágenes que tenemos de Salvador son con una enorme sonrisa. ¿Cómo se puede sonreír en medio de la oscuridad? «La sonrisa es mi marca. Intento siempre transmitir por lo menos paz. Más que felicidad, por lo menos paz en medio de este caos. Mi evangelización en redes sociales, en TikTok, es utilizando mucho el humor frente a cualquier problema. Mantener esa sonrisa no es solo transmitir hacia afuera, sino también decirme a mí mismo: vive esta paz con el Señor. En medio de esta tormenta, hay que tener esta esperanza y esta paz».
Una esperanza que ha mantenido gracias a sentir la solidaridad de la gente. «Mira, lo único que vemos cuando nos levantamos es basura y lodo. Todos los días. Pero, junto con eso, también vemos la solidaridad de la gente, que viene con bocadillos, con comida envasada. Ahí es donde encontramos la esperanza. De golpe, de repente, creo que fue el segundo o tercer día, nos dijeron: “Están viniendo ríos y ríos de gente andando desde Valencia —que es casi una hora hasta aquí— para colaborar en lo que haga falta”. Y gracias a eso no nos hemos caído». Una solidaridad que ha sentido dentro también de la propia Iglesia. Salvador pertenece al movimiento de Encuentros Matrimoniales. Varias de las familias de este movimiento se acercaron con sus hijos desde Valencia a ayudarles: «Trajeron una máquina de agua a presión, que nos ayudó muchísimo a quitar el barro del altar, de los asientos, del suelo, y aumentó la velocidad de sacar barro de la iglesia. Gracias a ellos la esperanza no la perdimos en ningún momento».
Este domingo, sí o sí, Salvador quería celebrar la Eucaristía. «Necesitaba celebrar la Misa dominical. La de Todos los Santos no pude hacerla porque estábamos hasta arriba de fango. El psicólogo nos trajo las formas; un matrimonio de Valencia, el vino. Celebramos la Eucaristía con unas 40 o 45 personas. Una celebración muy bonita, en la que habló prácticamente todo el mundo. Y por un instante nos sentimos un poco fuera de todo este caos».
Justo una semana después de que comenzara todo, aún queda mucho por limpiar, por recuperar. Hoy mismo ha podido encontrar su coche, destrozado. Sin embargo, Salvador mira agradecido las muestras de cariño que recibe por parte de mucha gente, aunque también tiene una idea que le persigue en su cabeza: “necesito confiar más, esto me está probando mi confianza en el Señor”. A pesar de todo, no borra su eterna sonrisa. Aquella que me cautivó por Instagram hace un año. Aquella que sirve para dar paz a quienes le ven … Y a él mismo. Una sonrisa salvavidas en medio de la riada.
La entrada Salvador Aguado (mossén Voro): «El Señor se ahogó por nosotros» se publicó primero en Revista Ecclesia.